Habían pasado unos 20 años desde que estuvo habitada por última vez La Casona, hasta que entramos en ella, allá en el año 2000, para conocerla, para sopesar su compra, para ver si por dentro estaba tan deteriorada como parecía desde fuera o si tenía alguna posibilidad de arreglo. Y sí, los años no habían pasado en balde para La Casona. Nada mas entrar se hacía uno a la idea de la humildad y austeridad en la que habrían convivido las 6 familias aproximadamente que habría acogido La Casona en aforo completo.
Eran otros tiempos, otras costumbres, otras dificultades con las que lidiar cada día, muy diferentes a lo que hoy, en pleno siglo XXI, podríamos ni siquiera imaginar.
Aquel día del año 2000 entramos al portal que da acceso a la escalera por un pasillo estrecho, espacio justo entre dos cuadras situadas a derecha e izquierda. En esta última se ve un retrete improvisado que con toda seguridad se compartía por toda la comunidad. Antes no había agua corriente en las casas, ni se podían permitir lujos como el de disponer de una habitación para las funciones del baño, pero poco a poco se improvisaban rincones destinados a esta función.
Por otra parte la función de las cuadras en el portal era doble, además de cobijar a los animales, ovejas principalmente, eran el mejor sistema de calefacción central y el mas económico, gracias al calor desprendido por los animales que allí pernoctaban.
Subiendo a la primera planta se entra en una vivienda oscura y pequeña, con tres habitáculos, uno de ellos sin ventana que hacía las veces seguramente de habitación y a la que se acedía desde otra habitación algo mas grande y esta sí, con ventana, y una tercera que posiblemente haría de cuarto de estar. ¿La cocina? no se encuentra por ninguna parte. Una mesa instalada bajo una ventana del pasillo hace las veces de encimera. Luego descubrimos cocinas de leña en sendos desvanes de la casa, que parecían ser compartidas por la comunidad, era lo habitual hace muchos años. Mas tarde, en algunas viviendas se instalaron cocinas de carbón para conseguir independencia y calefacción individual. Tuvo que ser toda una revolución.
Subimos a la segunda planta, la dristribución es totalmente diferente a la primera vivienda. Para empezar hay dos puertas de entrada ¿pero es que tenían puerta de servicio? no parece, luego vimos en alguna otra vivienda de la Casona que la distribución obligaba a tener llave de cada habitáculo, menudo trajín para moverse por la vivienda.
Por último la tercera planta, con unos balconcitos muy pequeños nos anima en la compra de La Casona por tener vistas al monte de Oña, vistas de la calle del Agua casi hasta la plaza, mas luz por la zona de atrás. Y quedaba lo mejor de la Casona, el desván o payo, donde vimos un baburril (también llamado gatera), que aunque muy deteriorado, se veían posibilidades
y, efectivamente hoy en día ha resultado un apartamento ático de lo mas acogedor, con vistas a las estrellas además de ver todo el monte que rodea a Oña y en todas direcciones, muy amplio también dado que se ha unido la tercera planta con el desván y todo prácticamente diáfano.
En otra entrada contaré las pequeñas anécdotas que he podido recopilar sobre las últimas personas que vivieron entre estos gruesos muros, pero antes he de recordar a los verdaderamente últimos moradores: las golondrinas. Cada habitación tenía un nido construido, con las mejores técnicas de ingeniería, en alguna esquina del techo. Es curioso que al quitar alguno de ellos, cuando las golondrinas habían ya emigrado, regresaban en la primavera siguiente y lo construian exactamente en el mismo lugar del anterior, no solo en la misma habitación o misma pared, es que estaba exactamente en el mismísimo palmo. Les presento a las últimas moradoras de La Casona: